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SOLO DIOS SABE

La satisfacción en el alma de un soñador que ¡por fin! Cumple su sueño. 

Ya se cumplieron dos años desde el día de mi acto de grado.

En mi vida universitaria experimenté tantas cosas que intenté escribirlas, lo más resumidas posibles, pero no caben en este post. Lo pienso detenidamente y, quizá... no cabrían ni en un libro. 

Probablemente muchos vivieron cosas más intensas y difíciles, que yo, o no. No lo sé. Nunca he sido de comparaciones. 

Porque, la verdad es, que esta es mi historia. 

Una historia que abrazo, que aplaudo. Una historia que me conmueve a mí misma. Por eso, siempre que tengo la oportunidad la reconozco, y honro, solo para mí. 

Esta vez, quise compartirla con ustedes. 

Solo Dios sabe cuánto esfuerzo, sacrificio, alegrías, dolor, malos momentos, noches en vela, incertidumbres, trabas, apoyo, tropiezos, injusticias, dudas, Ángeles en el camino, luz, oscuridad, y buena estrella hay detrás de mi medalla. 

Gracias por leerme.
Gracias por estar.
Con amor, 

Ultra Violeta. 


Yo vivía en La Guaira, no tenía carro. Me paraba todos los días a las 4 de la mañana. Mis papás siempre conmigo. Mi mamá me hacía el desayuno, y mi papá me embalaba la merienda. 

Salíamos a las 5, me llevaban hasta la plaza El Cónsul en Maiquetía. Allí hacía una cola larguísima, para tomar el primer Metro Bus, casi siempre, prefería irme de pie con tal de llegar puntual a mis clase de las 7 a.m. 

En 1er semestre, me compré un Samsung S3. Fue todo un logro para mí, porque, como todos mis celulares, lo había comprado ahorrando. Entonces, solo lo sacaba dentro de La Universidad.  

Mientras, viajaba en un bolsillo secreto que mi papá le hizo al morral, y al que mi mamá le cosió un cierre mágico que lo hacía casi imperceptible al ojo humano. 

Aparte, tenía un "perolito", un Nokia modelo 6220 que me acompañó durante mis seis años en la UCAB. 

Desde ahí transmitía los mensajes: «ya llegué/ se accidentó el Metro Bus/ llegué tarde, no me dejaron entrar/ todo bien/ ya salí/ voy al Metro». Y el infaltable: «Los amo, bendición» 


Porque mis rutas eran algo peligrosas. De Maiquetía a Antímano, de Antímano al Silencio, a Gato Negro, Zona Rental, Plaza Venezuela, transferencias al Silencio, Capitolio. Caminando siempre de aquí para allá. 

«¡LA GUAIRA SALIENDO, LA GUAIRA SALIENDO!» era lo que escuchaba a diario.  Bajo sol, lluvia, al medio día, en la tarde, y, más de una vez, temblando de miedo, en la noche. 

Perdí la cuenta de las veces que llegué pasadas las 8 p.m a comer, y no dormir para estudiar, o terminar cosas del trabajo, y darle corrido, hasta que sonara la alarma de las 4 a.m, que me decía que tenía que arreglarme para irme de nuevo a la universidad. 

Hacer amigos, interactuar y desenvolverme no me costó nada, pero pertenecer sí. 
No había un centímetro de la Uni que yo recorriera sin saludar a alguien. Y, sin embargo, yo era como una especie de nube que flotaba entre grupos. Como de todos lados, y, a la vez, de niguna parte. 

A las invitaciones siempre decía que no podía. Y era verdad. Mi vida universitaria la viví como si se me acababa el tiempo. No me arrepiento, solo a veces, miro hacia atrás con anhelo, anhelo de haber hecho más. 

A todos mis compañeros los quiero, hasta a los que no intimé. Hasta a los que no me querían a mí, porque "ella es de La Guaira",  “nunca puede", por preferir ponerme sola en los trabajos, porque sabía que no iba a poder reunirme, por no saber exactamente qué responder a la pregunta de: "¿con quién es que se la pasa ella?". 

Estudié y trabajé remotamente, siempre. Y, en tercer año, llegaron las menciones. Vinieron las clases en la tarde, los huecos de horas, los horarios desordenados. Ahí, empecé a hacer amigos. 

Bueno, no exactamente en ese momento, porque la verdad, unos muy especiales me acompañaban desde primer semestre. 

Solo que, esta vez, que cada quien escogiera su camino, iba a implicar que aprendiéramos a estar juntos de otras formas, y, también, que nos relacionáramos con otras personas maravillosas. 

Mis amigos más íntimos, los adoro. Casi todos están fuera, hacemos todo lo posible por mantener esos vínculos vivos en la distancia. De todos me enorgullezco, vivo sus logros como míos.

Y cuando creí tener todo bajo control, o bueno, casi...
¡Cambiaron el Pensum de la carrera! Sí, el de toda la vida. 

Ahora, yo tenía que escoger obligatoriamente otra concentración, además de Periodismo, y hacer otra tesis para graduarme. 

En mi mente no cabía esa posibilidad, porque, desde que me cambié de Derecho, yo sabía que lo que quería ser era una “Licenciada en Comunicación Social, mención: Periodismo”. 

Pero, así fue como me hice Mercadóloga. Después de decir que yo no quería tener nada que ver con ese mundo, fue mi segunda mejor decisión de vida. 

Porque me permitió descubrir que el Periodismo es mi vocación, lo que mueve mi corazón, y enciende mi alma, pero que, el Mercadeo forma parte de esas cosas para las que soy realmente buena. 


Estudiando Periodismo, todo se puso aún más turbio en el país, y estudiando Mercadeo la calle estaba ardiendo cada vez más y más de la inseguridad. Vi y viví tantas cosas que creí que tendría que parar la carrera, casi a punto de terminarla.  

Así que, desde entonces, mis papás y mi hermano a veces con ellos, me llevaban. Se quedaban esperándome hasta que salía y me traían de vuelta a casa todos los días después de clase. 

Y, eso era porque, la Camioneta de mi papá, una Explorer del 98, en la que teníamos que pararnos cada 100 metros a echarle agua para poder llegar, no se podía echar esos trotes de La Guaira a Caracas dos veces, todos los días. 

En fin, fueron tantas cosas, muchas más de las que conté aquí. 

Pero, lo verdaderamente importante para mí, es que  hoy, aún dos años después, lo recuerdo todo con orgullo, y me digo con satisfacción: lo logré. 
¡Levanta tu vuelo! Y Celébrate. Hazlo siempre. 

No importa cómo se vea la meta alcanzada desde afuera. No importa si los demás la consideran grande, pequeña, o insignificante. 

Porque la verdad es que, solo Dios y tú saben lo que significa para ti cada uno de tus logros y lo qué hay tras ellos.

Las personas nos enfocamos demasiado en los resultados, sin valorar lo suficiente el proceso. 

Si fuese así, tendríamos en cuenta que, detrás de cada logro alcanzado, y detrás de cada camino recorrido, seguramente existen miles de historias que contar. 




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